CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

miércoles, 20 de abril de 2011

                                               ESPIRAL DE VIOLENCIA



La editorial Anagrama recuperó En el remolino (2007), una novela corta escrita por el polifacético José Antonio Labordeta (Zaragoza, 1935) en los años setenta y  publicada con poca fortuna en el volumen de cuentos titulado Cada cual que aprenda su juego (Ediciones Júcar, 1974).
La historia de En el remolino, basada en un hecho real sucedido a principios de la guerra civil en la sierra de Albarracín, trata de una persecución implacable, una auténtica cacería del hombre en la que el herrero y el albañil de un pueblo serrano anónimo se echan al monte en un desesperado intento de salvar la vida cuando se enteran de que al alcalde lo han fusilado por razones ideológicas. Al mismo tiempo, Braulio, un prestamista al que todos deben dinero, hace lo propio tras matar a Severino, un faccioso reaccionario emborrachado de poder que pretendía, aprovechando lo confuso de los tiempos y la autoridad de su pistola, acabar con la vida del usurero para zanjar de esa forma sus deudas.
            La narración arranca con un cinematográfico flash back en el que el fluir de la conciencia de Braulio comienza a construir el rompecabezas de una realidad fragmentaria que sólo al final de la novela se verá completado. De esta forma, Labordeta exige una constante participación por parte del lector, quien se ve forzado a tomar conciencia de los hechos por su propia cuenta, partiendo de datos procedentes de diversas perspectivas y expuestos por medio de una yuxtaposición de voces que corresponden a los distintos protagonistas de la novela, sencillos habitantes de un  pacífico pueblo que, inmersos en la espiral de violencia  desencadenada en los prolegómenos de la guerra civil, dan rienda suelta a sus instintos más primitivos, a sus ambiciones, a sus deseos de venganza o de poder, a sus rencores cainitas; en suma, a un odio irracional e incontrolado, que les llevará a formar una partida de caza -auténtica jauría humana al mejor estilo Peckinpah-, para matar a sus propios vecinos como a conejos.
El título, En el remolino, lo toma José Antonio Labordeta de unos versos de La tierra baldía de T.S. Eliot con los que abre la novela y que, de algún modo, anticipan el drama de la descomposición de la existencia del hombre que se dispone a narrarnos. Tanto Eliot como Faulkner gravitan sobre la narración de Labordeta, pues como ellos utiliza magistralmente las técnicas del montaje sincrónico, de la acumulación simultanea de visiones y de la asociación de imágenes con la finalidad de transmitir las vivencias y sensaciones de sus personajes. La progresión de las diferentes perspectivas desde las cuales está construida su novela nos descubren cómo está tratada la tragedia de la inminente guerra civil –en principio como un lejano eco- y de la descomposición social que la precede, y a su vez cómo ese sentido trágico (…el aire venía preñado de presagios…”) adquiere diversas formas y se manifiesta en hechos diferentes para cada uno de los personajes.
Existe una clara voluntad por parte del autor de no explicitar el lugar donde transcurren los hechos (no se cita el nombre de ninguna localidad); sin embargo, el lector turolense se encuentra con un paisaje próximo y reconocible (“El barranco se fue abriendo hasta dar paso a un valle circular cubierto de pinares y montes enrojecidos, y masías pequeñas colgadas en las puntas de las lomas, como intentando deslizarse por ellas”, “Sigo, a través del ventanuco, viendo el pequeño cimborrio mudéjar… atravesando la estrecha calle que lleva hasta la plaza porticada de esta pequeña ciudad provinciana…”), que adquiere un valor simbólico importante y dota de coherencia temática a la narración, como ocurre en el western, donde la naturaleza interactúa con los personajes y se convierte en un personaje más. Sí,  En el remolino tiene algo de western, tanto en el tratamiento del paisaje como en la orquestación de los tiroteos, la ralentización de las muertes o en la utilización de la codicia (importancia de la bolsa del usurero con el dinero y los pagarés) y la ambición de poder como desencadenantes de los enfrentamientos entre vecinos,  etc. 
José Antonio Labordeta presenta en su novela un retrato sórdido de una comunidad sometida a una destrucción interna, en verdadera descomposición y nos describe un mundo rural en absoluta crisis, en el que solo hay lugar para la violencia y la desesperanza, con valores que se desmoronan y habitado por personajes cobardes (los números de la guardia civil, el cura y el juez), violentos, ambiciosos y sin escrúpulos (Severino y Braulio), cuya moral se tambalea para derrumbarse hacia la nada (los casos más evidentes son los de Angelito, hermano de Severino, que debe vengar su muerte, aunque no la sienta, y Dolores, la hermana de Braulio, cuya muerte supone una auténtica liberación, aunque sea hacia la soledad y el abandono).
La novela tiene un tono trágico y pesimista, casi tremendista a lo Pascual Duarte –la estética de la violencia está presente en todas sus formas-, que no dejará indiferente a ningún lector, no solo por la virulencia de los hechos narrados, sino también por el uso del lenguaje -en ciertos momentos  de fuerte hondura poética-, de las imágenes e, incluso, de los recursos estructurales, pero especialmente por el carácter universal y, por desgracia, tremendamente actual de la propia historia, susceptible de suceder en cualquier lugar y tiempo, como parece simbolizar ese aire de Luvina, recurrente a lo largo de toda la obra y presente también en su final abierto: “…y un aire desolado golpeó las paredes, los muros, las fachadas durante aquel verano y el otro. Y el otro. Y el siguiente…” Como decía Marañón, “la verdad jamás es monstruosa ni inmoral, aunque en ocasiones irrite la pituitaria y haga estornudar al quisquilloso fariseo”.


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