CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

martes, 20 de septiembre de 2011

UNA ROSINA DE ENSUEÑO: ELVIRA DE HIDALGO, SOPRANO (I).

Elvira a la edad de 16 años
Foto tomada de Caras y caretas, 27-7-1907
Elvira de Hidalgo (Valderrobres, 1891- Milán, 1980) ha pasado a la historia de la ópera como la maestra de María Callas, pero este magisterio oculta bajo su magnitud la figura artística y humana de Elvira Juana Rodríguez Roglán, una de las más grandes sopranos coloratura del mundo de todos los tiempos, heredera y continuadora de las delicadas cantantes españolas del siglo anterior de lo que fue la técnica -¿escuela?- romántica del canto, creada por el cantante, compositor y pedagogo belcantista, el español Manuel García –quien, por cierto, fue el tenor que estrenó El barbero de Sevilla-, consolidada por sus hijas, María Malibrán y Pauline Viardot, y transmitida, entre otros, por Melchor Vidal, maestro en Milán de varias de sus más destacadas continuadoras, caso de María Barrientos y de nuestra paisana, quien con todo merecimiento puede ser considerada como la mejor interprete del personaje de Rosina desde que en 1816 Rossini compusiera su genial obra.
El compositor italiano escribió el papel principal para una mezzosoprano; sin embargo, el gran prestigio de algunas sopranos coloratura de principios del siglo XX llegó a imponer entre el público la exigencia de una tesitura más alta. Así, hacia 1908 -fecha del debut de Elvira- por la interpretación del papel en la ópera completa solían pagar 15.000 liras, pero si se cantaba más alto, llegaban a las veinte o veinticinco mil, cantidad que cobraba la de Valderrobres si en la interpretación de “Una voce poco fa” alcanzaba hasta el fa sobreagudo. Cabe imaginar el daño que estos alardes provocaron en su voz y quizá en estos excesos se encuentre la explicación a lo efímero de su carrera: abandonó los escenarios con poco máde cuarenta años, si bien desde los veintiuno comenzó el declinar de su voz.
Elvira de Hidalgo presentaba en escena a una Rosina llena de sutilezas y bien definida psicológicamente: jovial, caprichosa y un tanto melancólica que, según las crónicas, utilizaba a la perfección las dotes de seducción femenina a través del lenguaje oculto del abanico, manejado en todo momento con elegancia y coquetería. Al desparpajo y frescura de su interpretación unía una dicción perfecta en el fraseo, un rostro entre candoroso y pícaro de niña convertida en mujer anticipadamente y, sobre todo, una voz bellísima. De su particular composición del personaje son deudoras, de manera directa o indirecta, todas las intérpretes posteriores, en especial la de su discípula María Callas.

Elvira a la edad de 31 años.
Mundo Gráfico,7-3-1923.
Con su Rosina triunfó en todos los teatros de primera categoría del mundo, desde El  Kedivale de El Cairo al Metropolitan de Nueva York, pasando por los de Roma, Barcelona, Madrid, Viena, Buenos Aires, Praga, Florencia, Londres y otras muchas grandes ciudades. De hecho, participó en la mejor representación que jamás haya tenido lugar en la Ópera de París, cuando en 1912, el gran empresario Gunsbourg reunió a un elenco de lujo con los cantantes más importantes en las diferentes tesituras del momento: junto a Elvira, contrató al  barítono Titta Ruffo, al bajo Feodor Chaliapin y al tenor Caruso, si bien, al final, este último sería sustituido por Dimitri Smirnov. De igual forma, también fue la soprano elegida por la Scala de Milán para conmemorar el centenario de la composición de la ópera, tal honor supuso el reconocimiento unánime del mundo del bel canto a la perfección vocal y escénica de su incomparable Rosina.
De su estancia en Valderrobres y primeros estudios musicales no sabemos nada, pero de lo que no cabe duda es que fue una niña prodigio en toda regla. Su trayectoria profesional así nos lo confirma: debutó a los dieciséis años escriturada como una auténtica prima donna por la nada despreciable cifra de dos mil francos la noche; con dieciocho fue contratada como soprano permanente del Metropolitan Opera House; con diecinueve ya había compartido escenario con los cantantes más destacados de la denominada época dorada de la historia de la ópera: los citados Caruso, Ruffo y Chaliapin; antes de concluir su carrera, había cantado con todos los grandes tenores de su tiempo, los míticos Caruso, Fleta  Schipa, Lauri-Volpi, etc.


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