CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

lunes, 26 de septiembre de 2016

DOPPELGÄNGER: DE LA PLAZA DEL TORICO A LA CASA BARCO


FOTO: DIEGO HE

       Times Square, la Plaza de la Concorde, Piccadilly Circus, la Puerta del Sol… Toda ciudad tiene su centro y el de Teruel es la Plaza del Torico: aquí se celebraba el mercado, se pregonaban los bandos, se exponía a los reos a vergüenza pública, se realizaban las subastas y arrendamientos, se corrían –y se corren- los toros en las fiestas y, aunque fuera tan solo por unos días, en ella se alzó el estrado desde el que San Vicente Ferrer profetizó la destrucción total de la ciudad a causa de un terremoto, amenaza que, a la postre, ha supuesto la paralización actual del nuevo hospital y del conservatorio. A ver si al final va a tener razón el del ditet.
       La monumental contundencia de la fuente original que Pierres Vedel construyera en el siglo XVI –hoy perdida- se fue encogiendo y estilizando con el paso del tiempo hasta llegar a convertirse en el austero monumento anónimo del siglo XIX, símbolo de una ciudad camino de la inexistencia, a la que se le niegan las comunicaciones y se la condena a vivir recluida en su propio espacio, como a ese pequeño toro estilita, contrapeso totémico al sentimentalismo de nuestros célebres Amantes, asombro de visitantes y orgullo de turolenses, al que festejamos en La Vaquilla con la puesta del pañuelico y donde acudimos para celebrar las victorias deportivas.
       Comienzo el paseo reflexionando sobre el misterio de la identidad y el enigma de su duplicidad: nuestro torico tiene su réplica en el bonito pueblo zaragozano de Ibdes. Pienso en Poe, Dostoievski, Kafka, Borges, Cortazar, y tantos otros que han escrito sobre la inquietante figura del doble.

FOTO: DIEGO HE

       Atravieso por la Plaza de San Juan y desciendo por la calle de Valencia, me detengo donde estuvo otrora el desaparecido portal y oteo el horizonte: a la derecha, la Glorieta, un paisaje gris con leves pespuntes verdes; enfrente, el Viaducto de Fernando Hué, que comunica el centro de la ciudad con el Ensanche; al fondo, un oasis en un desierto de asfalto, la Fuente Torán.
FOTO: DIEGO HE



PUENTE DE SEGOVIA (MADRID)


Como si fuera el protagonista de uno de los relatos de Lovecraft, atravieso esa puerta imaginaria que me transporta hacia otra dimensión y dejo atrás la Edad Media para adentrarme en el primer tercio del siglo XX. La visión del puente me lleva de nuevo al tema del doble: nuestro Polifemo, que comunica el casco antiguo con el nuevo, es un calco del diseñado por Emil Mörsch sobre el río Sitter, en Suiza, y a su vez, el de Segovia en Madrid es un                                    sosias de ambos.


FOTO: DIEGO HE

  Tras cruzar el puente, a su izquierda, nos encontramos con el Monumento a José Torán, obra del escultor palentino Victorio Macho, dedicado al ingeniero de caminos que proyectó la construcción de la Escalinata, mejoró el alumbrado urbano y solucionó el problema del abastecimiento de agua. En el conjunto escultórico destaca la figura en bronce de una aguadora, me acerco y toco sus heridas, ahora ya cicatrizadas, recuerdos de nuestra incivil guerra. Sus formas son voluptuosas, rotundas y sonoras, como las de su gemela en Palencia, ciudad hermana en su inexistencia. 
AGUADORA (PALENCIA)
DAMA DEL CÁNTARO (TERUEL)

Aguadoras de Teruel


       
       La mirada de la mujer del cántaro marca mi rumbo, la sigo y bordeo la ladera que siluetea este primer ensanche hasta llegar a un mirador a los pies de la casa Barco varada sobre la vega turolense; allí, frente a mí, asomándose a Levante, sobre la meseta de una colina, rodeada de barrancos, roja y verde, Teruel, una ciudad con carácter, única e irrepetible. 

FOTO. DIEGO HE
   

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