CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 15 de septiembre de 2017

RESEÑA DE PAULINA FLORES, "¡QUÉ VERGÜENZA!"



NOVÍSIMA NARRATIVA CHILENA





Que la narrativa chilena ocupa un lugar importante en la literatura hispanoamericana no lo vamos a descubrir nosotros, baste con espigar los nombres de Donoso, Edwards, Allende o Bolaño, para certificarlo, pero en esta ya mediada segunda década del siglo XXI se está descubriendo también como una de las más sólidas, no sólo por la altura de sus espigas, sino por lo abundante de su cosecha, con el plus añadido de que entre sus últimas generaciones hay una nutrida nómina de mujeres de altísimo nivel como Romina Reyes, Carmen Galdámez o Paulina Flores, por citar algunas. Esta última, nacida en 1988 y recién llegada al mundo de las letras, ha sido la prodigiosa revelación del pasado año con su primer libro de relatos, Qué vergüenza, un éxito de crítica y ventas en su país que acaba de desembarcar en el nuestro hace unos meses de la mano de Seix Barral como apuesta segura, avalada por el Premio Roberto Bolaño, concedido al cuento que da título al libro, y por el Premio de Literatura del Círculo de Críticos de Arte a la mejor escritora novel.

Los nueve relatos de Qué vergüenza transitan por la intimidad de hombres sin trabajo, de padres inmaduros incapaces de asumir su papel, de hijos abandonados, a la deriva, testigos y víctimas de los fracasos de sus progenitores, de jóvenes desasosegados por no encontrar su lugar en el mundo, de personajes, en suma, que relatan experiencias cotidianas tras las que se esconden las miserias inherentes a la condición humana. 

La técnica de Paulina Flores es depurada y minimalista o depuradamente minimalista: una historia corriente expuesta con sinceridad, mezcla de crudeza y ternura; objetos perturbadores, inquietantes o simbólicos; acciones cotidianas, aparentemente triviales, pero que pueden llegar a ser muy importantes en el futuro si se viven en la infancia; atención al detalle, en apariencia insignificante, pero siempre decisivo; personajes que se buscan en su pasado para entenderse en el presente, que viven la frustración del paro, la soledad, el desamor o la descomposición familiar; una mirada impúdica que irrumpe en su intimidad y rebusca en sus cocinas, cuartos de baño, en los cajones de las mesillas de sus dormitorios, etc., para indagar más allá de la cotidianidad; temas recurrentes que gravitan entre el regreso a los espacios mentales de la niñez y la pérdida de la inocencia, pasando por el amor-desamor, la vulnerabilidad y la amistad. 

La historia corriente se puede resumir en pocas palabras: un padre de familia parado es acompañado por sus pequeñas hijas a un casting; una joven tiene un encuentro sexual con un hombre apuesto; un par de amigas se juntan para tomar algo y rememorar la época en la que trabajaron juntas; la seducción de una niña en la playa; una mujer recuerda con gratitud a su niñera y sus enseñanzas para la vida (la tía Nana, protagonista que da título al relato, tiene mucho de la Félicité del cuento “Un corazón sencillo” de Flaubert), etc.

El mundo de Paulina Flores no tiene por qué ser el nuestro, sin embargo, lo termina siendo. Bastan cuatro palabras para introducirnos en él y que se nos pegue a la piel la experiencia vivida por sus personajes gracias a una viveza emocional insólita en una escritora tan joven, que consigue vestir la ficción con la textura de una vívida realidad, pero no lo hace con datos históricos ni grandes acontecimientos, sino con hechos cotidianos: se busca trabajo bajo un sol castigador, se pasea por un parque en bicicleta con una niña en su parrilla, niños que juegan, comen sandías y traman aventuras, se ven películas infantiles –La Sirenita-, series –Sinfeld- o dibujos animados -Los caballeros del Zodiaco- etc., se formulan preguntas, la mayoría de ellas superficiales, etc. 

El Chile de Paulina es el de los ciudadanos sin trabajo –cesantes, los llaman allí-, de mujeres sin amor, de hijos de familias desestructuradas, de jóvenes desorientados, etc.

Sus relatos están habitados en su mayoría por protagonistas femeninos o por niños y esto podría hacernos pensar que sus cuentos son para mujeres o literatura feminista, pero no es así, en ellos no hay ideología, ni actitud combativa, ni denuncia, ni moraleja -lo que no significa que no reflejen preocupaciones, cierta crítica social y más de alguna vivencia personal-, solo hay literatura y comprensión de la naturaleza humana, sus personajes no son buenos ni malos, no se trata de juzgarlos sino de descubrir con ellos aquella pregunta que nos concierne, y tal vez, aunque no sea fácil, quizá también la respuesta.

Paulina Flores escribe sin exhibiciones ni énfasis retóricos, con precisión que al tiempo que delimita se expande en ocasiones en sutilezas y matices, pero sin complicar la sencillez de su prosa, con buena mano y excelente oído para los diálogos.

Los relatos de Qué vergüenza son una portentosa mezcla de influencias narrativas maestras (Alejandro Zambra, Chéjov, Munro) con esa lucidez insólita que se llama mirada propia y un lenguaje embridado con pulso firme.

PAULINA FLORES, QUÉ VERGÜENZA, Barcelona, Seix Barral, 2016.





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